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Mostrando entradas de febrero, 2011

Dulcelina

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Ayer, cuando fui a cambiarme de ropa para ponerme el pijama, al sacarme el jersey, me vino una ráfaga del aroma de mi propio perfume. No es algo raro, pero ayer, esa acción me trajo a la memoria un recuerdo que estaba bien guardado en un rinconcito. Dulcelina en forma de pastel. Os preguntareis qué es eso azul turquesa y rosa, pues bien, en España se llamaban Dulcelina, aunque su nombre original era Cupcakes Dolls, y es una muñeca que en los años 90 causaron furor. Seguro que las lectoras se acordaran de ellas. Eran unas muñecas que bajo su vestidito de tela tenían una falda de goma, para poder darles la vuelta y convertirlas en pastelitos usando el sombrero como tapa. Lo mejor de todo es que tenían un irresistible olor a cosas dulces, a chucherías. He estado investigando por internet y resulta que había varias colecciones, con diferentes modelos de vestidos, tapas y olores: rubias, morenas; vestidos azules, verdes, rosas; con olor a fresa, a mora, a cereza, etc. Ésta que veis aq

Reencuentro inesperado

Como cada mañana ella había salido a buscar trabajo. Llevaba unos meses en paro y la situación empezaba a desesperarla. A media tarde, en su regreso a casa ocurrió algo que iba a cambiarle la vida, al menos durante siete días. El metro estaba abarrotado pero dos estaciones después de subirse, una mujer mayor con más bolsas de la compra que brazos disponibles se levantó no con poco esfuerzo para bajarse en la siguiente parada. Como ella era la persona más cercana al asiento aprovechó la ocasión para relajar las piernas después de la larga caminata. Estaba tan metida en el libro que tenía entre manos que ni se fijó en las personas sentadas a su alrededor. Acabó de leer un capítulo más y como cada vez, entre capítulo y capítulo, levantó la mirada para asimilar lo leído y relacionarlo con el resto de la historia. “De repente, ahí estaba él. Con la cabeza apoyada en el cristal y los ojos cerrados. Habían pasado ya cinco años desde la última vez que nos vimos y cuatro y medio desde la últ

Angustia

Mierda de trabajo. Mierda de atascos. Voy al bar como siempre. Pierdo la noción del tiempo, de las copas bebidas. Llego a casa. Ella con la cara de amargada, de asco. Ni me mira a los ojos. Paso por el espejo, estoy demacrado, no me cuido. Tampoco me importa. No ceno, no tengo hambre. Me meto en la cama, solo, como siempre, como todos estos años incontables. Ella en la cama de la que era nuestra hija. Insomnio. Vueltas y más vueltas. Suena el despertador. Otro día más, otro día menos. Monotonía. Trabajo aburrido. Sin futuro. Otro día igual. Y otro. Y otro. Ya no sirvo. Inútil. Despedido. Bebo, y mucho. Llego a casa antes de tiempo. Ahí está, con cara de placer, embestida por otro. Podría ser mi hijo. Huye como una comadreja ante el peligro. Ella me mira con indiferencia. Hace tiempo que no le importo. Sólo atino a darle una bofetada. Me largo con un portazo. Me doy asco, ni me reconozco. Camino sin rumbo. Botella en mano. Lágrimas en los ojos. Mierda de vida. No hay salida. No hay solu